La mente de nuestro bebé es más compleja de lo que se cree. ¿Sabías que desde la panza ya puede distinguir sabores?
Piensen en un mar de sensaciones, sentimientos, y percepciones continuas; en la voz de mamá como
único consuelo, casi hipnótico; traten de pensar sin ponerle palabras a esos pensamientos… es casi imposible, ¿no?
único consuelo, casi hipnótico; traten de pensar sin ponerle palabras a esos pensamientos… es casi imposible, ¿no?
Indefensos y frágiles, los bebés nacen con un cerebro inacabado y desde el vamos comienzan a procesar una gran cantidad de experiencias: respirar; alimentarse; padecer frío, calor, placer y dolor. De hecho, muchos estudios revelan que el cerebro infantil en el primer año de vida tiene capacidades muy sofisticadas. Incluso dentro de la panza los bebés ya tienen una percepción del mundo exterior e interior a través de los olores, sabores o sonidos.
Lo podemos percibir y es cierto: el bebé piensa, lo hace con el tacto, con la humedad, con los ojos, con el intestino… Este pensamiento ligado estrechamente a los aspectos físicos y sensoriales lo seguimos teniendo de adultos cuando sentimos que algo huele mal o cuando no podemos explicar por qué nos sentimos incómodos en algunos lugares.
Cuando el bebé desarrolla el lenguaje es más fácil interpretar lo que siente. Antes de que aprendan a hablar, la madre tiene que aprender a decodificar los sentimientos de su hijo. Entender el lenguaje no verbal es esencial para esto. A través del llanto, el bebé manifiesta hambre, dolor, incomodidad. Los gestos, la mirada dirigida o la sonrisa también son utilizados como medio de comunicación, para transmitir lo que sienten.
Las investigaciones de la última década demuestran que el cerebro infantil realiza una activa tarea de procesamiento de la información que recibe del entorno. Tienen representaciones respecto de lo que escuchan y pueden percibir estímulos delicados que exteriorizan en una modalidad de respuesta.
Llegando al año de vida, los bebés comprenden entre 40 y 60 palabras (aunque puedan emitir unas pocas) y responden más a la prosodia, es decir, a la entonación de la voz, los gestos y las expresiones faciales. La manera de pensar de los bebés, al no tener palabras, es a través de la acción y de la imitación. Recién cuando adquieren el lenguaje alcanzan la totalidad de la representación mental del mundo; antes de esto, el niño pone el cuerpo al servicio de lo que quiere.
La vista
Es el sentido menos desarrollado al nacer. Hasta los cuatro meses prefiere diseños en blanco y negro o tonos fuertes. De allí en más incorpora colores: azul, rojo, verde y amarillo. A los seis meses registra más detalle y recién a los diez, distingue y reconoce su rostro en el espejo.
El gusto
Ya saborea desde el útero, donde recibe los alimentos digeridos por su madre a través del líquido amniótico. De cuatro a seis meses prefiere los sabores dulces. Las leves variaciones de sabor de la leche materna le entrenan el paladar. Y, a partir de los cinco meses, se lleva todo a la boca por la cantidad de receptores nerviosos que ésta contiene.
El tacto
Es el sentido más desarrollado al nacer, y el que más necesita que sea estimulado para desarrollarse. Las caricias y el contacto físico son su mejor alimento. Desde los seis meses disfrutará de explorar el mundo con sus manos y es el mejor momento para introducirle distintas texturas. De diez a doce meses reconoce y explora distintas partes de su cuerpo.
El oído
Ya en el tercer trimestre de embarazo, el bebé registra sonidos. Al nacer, reconoce la voz de la madre y puede calmarse si escuchan canciones que oían en la panza. A los seis meses ya reconoce su nombre. A los nueve meses tira objetos al piso para escuchar los distintos sonidos que hacen al caer.
El olfato
Se desarrolla a partir de los seis meses de gestación. El primer aroma que reconoce es el de la leche materna. Conviene que la madre y el padre usen siempre el mismo perfume y champú: el bebé disfruta de lo familiar.
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